Lo ocurrido con el Japón ha dado motivo a numerosas reflexiones. A continuación un artículo periodístico que trascribimos por su importancia.
Amarga lección en Japón
Por: JOSÉ SANTIAGO HEALY
Bien decían nuestros abuelos que con la madre naturaleza no se juega.
Muchas de las grandes tragedias mundiales han tenido que ver con la insensatez del ser humano al tratar de pasar por encima de las leyes naturales.
Ahí está el desastre que ocasionó el huracán Katrina en una zona de Nueva Orleáns que fue construida de manera irregular y en franco desafío a los huracanes.
La destrucción y muertes provocadas por el terremoto de la ciudad de México en 1985 pueden atribuirse en buena medida a ese afán irracional de construir grandes edificios en una zona de intensa actividad sísmica.
¿Y qué decir de las muertes masivas que a cada rato ocurren por las corrientes de agua que arrasan con casas y asentamientos establecidos en los cauces de ríos y en la ribera de lagos?
El desastre nuclear que vive Japón y que en cualquier momento puede extenderse al mundo entero, es otro claro ejemplo de esta lamentable realidad. Construir plantas nucleares en zonas sísmicas y a la orilla del mar es francamente un suicidio.
Con más de cincuenta plantas, Japón es la tercera potencia mundial detrás de Francia y Estados Unidos.
Su carencia de hidrocarburos y su expansión industrial lo obligaron en décadas pasadas a convertirse en uno de los países de mayor avance tecnológico en materia nuclear que permite producir energía más limpia y económica, pero con riesgos muy elevados.
Sin embargo, nunca estimaron que un terremoto de 9 grados en la escala Richter, seguido de un espectacular tsunami, provocaría en la planta Fukushima una serie de desperfectos que tienen en vilo a ese país y al mundo entero. Si bastaron doce horas para que la marejada del tsunami llegara desde el Japón a las costas de América, ¿cuánto tiempo se requerirá para que materiales radiactivos se esparzan por aire y mar al mundo entero en caso de una catástrofe nuclear?
Tradicionalmente los centros nucleares se erigen frente a las costas el mar, precisamente con el fin de utilizar el agua salina para enfriar los reactores en caso de una emergencia o una falla importante.
Pero en esta ocasión las gigantescas olas que cubrieron las instalaciones de este enorme complejo de seis reactores, causaron daños severos en los reactores, lo que produjo una serie de estallidos y la posterior fuga de radioactividad a través del aire y el agua.
El pueblo japonés ha dado muestras fehacientes de su valentía al enfrentar esta tragedia descomunal estoicamente y fuera de actos de pillería y desesperación.
El emperador Akihito de 77 años, al enviar un mensaje a la nación, reconoció la muerte y desaparición de 12 mil personas e instó a sus connacionales a que "no se den por vencidos". "Cuídense unos a otros", les dijo en una expresión más paternal que política.
Pero las palabras del monarca dejaron en evidencia que las autoridades no tienen control del percance que podría complicarse todavía más si los reactores de la central de Fukushima dejan escapar todo su material radioactivo en las próximas horas.
Según el especialista mexicano Salvador Venegas "los efectos de la radiación, dependiendo de su cantidad y del tiempo de exposición a la misma, puede ir desde quemaduras superficiales hasta el cáncer y la muerte". Esto no significa que todos los japoneses que han sido contaminados vayan a sufrir cáncer o a morir, pero evidentemente habrán de sufrir algún tipo de daño.
Desde la Segunda Guerra Mundial, cuando dos bombas atómicas fueron lanzadas por Estados Unidos en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, nunca antes Japón había enfrentado una crisis de esta magnitud.
En aquella ocasión fueron más de 200 mil muertos y los pavorosos efectos radiactivos y económicos tardaron décadas en ser subsanados. Esperamos que en esta ocasión la emergencia logre controlarse muy pronto en beneficio del valeroso pueblo japonés.
Y que esta lamentabilísima desventura sirva como amarga lección para que gobiernos, científicos y dirigentes, aprendan de una vez por todas a respetar a la madre naturaleza.